Año 2019. Prosa poética.
Trilogía inspirada en la mitología griega cuyos personajes dan título a sus tres cuentos poéticos: Teseo, Eros y Endymion. En el Ojo de los Días y un Reloj paralelo se despliega la madurez del universo onírico de ReinoRojo, colección que incluye obra plástica y literaria de Gabriela Sáenz.
Dos personajes, El Ojo de los Días (Ella) y Reloj Paralelo (El) intercambian realidades en un suceso compartido: la soledad amorosa y existencial, la búsqueda perpetua.
Dos universos paralelos que se intuyen, pero no se tocan.
En la hora 6000 te apresuraba el alba. La encomienda. La arena bajo tus pies de niño punzaba bajo tu paso febril. Y le dibujaste despacio, a prueba y error, una cara sencilla: una sola nariz, un par de ojos, otro de labios.
¿Cuánto sabe precisar un niño del rostro de su madre? ¿Las líneas de expresión, las ojeras? ¿Cuánto sabe de la curva de su cadera?
¿De la piel seca de las manos que lo cobijan, que le acomodan el fleco?Poco. Persiste sobre lo evocado aquel brillo de sus ojos cuando le miran. De su abrazo amoroso. El sube y baja de ese pecho cuando duerme, como las mareas, acompasado. Las sombras nocturnas que se filtran por el cristal de las ventanas del reino que comparten. El olor que permanece sobre la almohada en la cual ella descansa del día. Su madre. Ella.
Día Uno.
Ardes dentro y mío como fuego quieto. Inasible. El sopor de tu ausencia se ha tornado lúdico. Inmóvil.
Y no sé si debo vaciarme en otro para aliviar tus ausencias, hacerte morir porque admito que te quiero que me haces falta. Que estoy enferma.
Te veo polvo, espejo, búho. Madre, padre, hijo siniestro y frío. Ardiente y frágil, y admito que también soy tuya...
En el día uno en que no somos Uno hágase en mi tu reino
bébeme dame sosiego o muerte
No sé quién soy me he extraviado otra vez. Los pájaros absurdos y su silencio. No corren las nubes. No corren. Sólo el silencio. La palabra se viste farfullera, se atavía de cristales perezosos mientras tú
sigues afuera. Sigues sin estar aquí. ¿Dónde fuiste? Hay sangre por todos lados, lodo, lodo azuloso. El hueco y tu sombra cayendo, resbalando sigilosa sobre la tarde y su hondura. No somos en el día uno y no quiero, no correré a buscarte. No pronunciaré tu nombre de santo no mancillado inmanente un santo de juguete. Un santo de plástico que se bate a duelo en cada párrafo. Soy capaz de arrancarme los ojos suspendidos como lluvia muerta con tal de no mirarme en los tuyos. Y no corren las nubes no corren. Sólo el viento me visita. Me cuela entre las piernas el recuerdo de tu cuerpo que no poseo. No corren no corro no corres no corre nada aquí Sólo el silencio, inefable. Los pájaros ausentes de sonido. Guardo sus plumas blanquecinas. Pero no lloro.
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