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Foto del escritorGabriela Sáenz

EL TÉ, EL FUEGO, EL CIELO

Actualizado: 1 ago

Novela publicada en el 2018.



El libro describe a través de un viaje a las regiones sagradas de los pueblos First Nation, en Canadá, el madurar espiritual de su protagonista Sábda, inglesa de origen Indio y doctora en la cultura y lenguas de esos pueblos.


"El Cielo se materializa y deja de ser un concepto abstracto tanto como lejano: se torna carne y hueso. Verde. Azul. Rojos… se torna aquello frente a ti. El Cielo abraza. Somos adecuados y capacitados para vivir desde el instante mismo de la Creación. No existen niveles de conciencia para conquistar si no existencia pura. La iluminación genera expansión e integración en Dios, universos nuevos. Pero la iluminación es espontánea y no resultado de afanes ni de algo que no sea gracia y la voluntad para decir Sí. No es factible crecer, es posible iluminarse. Ser consciente de la Vida y su flujo constante, perfecto. Es posible ¡Amar!".





La superficie seca bajo sus pies le hizo abrir los ojos: el cielo despejado conservaba el matiz marrón y el sol esparcía sus rayos con soltura. Estaba sola. Distinguió un árbol de teca hacia el que se encaminó, sorteando la maleza reseca que crecía sobre el suelo ocre. El espejo de Rosa. Aquella postal de su pueblo.


Africa Namibia La cuenca del Kalahari. Mi niña, mi pequeña susurró en su oído el terciopelo de la voz de Rosa. Se detuvo para buscarla. Mi niña, Sábda... ángel de las brumas de Barnes

Allí estaba, con esos grandes ojos castaño oscuro y los labios gruesos enmarcando su sonrisa. Sábda notó que de su cabello trenzado pendían adornos elaborados con madera y huesos pequeños. Los múltiples collares. El atuendo artesanal de lana cruda y dibujos cafés. —Rosa...— ¿cómo habría sido nacer en ésta tierra de fuego que ardía por las tardes, que incineraba inquietudes a la mañana y desnudaba, disipando los miedos? Rosa

La mujer se acercó para abrazarla y Sábda sintió por segunda vez cómo un río de lágrimas bañaba sus cabellos. Lamento la muerte de tu madre Ventanas. Pasillos. Puertas. Entradas que conducían a encuentros A los amados... Sábda se enderezó sobre el respaldo de la silla del tocador. Frente al espejo se cepilló el cabello húmedo que recogió en un moño. Tiñó sus párpados y sus pestañas. Debía encubrir la tristeza. Observó la mascada de seda que había elegido en combinación al traje sastre que portaba: no había señal de su pena. Retocó de nuevo las ojeras. Estaba lista para acompañar a su padre. Por instinto, buscó en la superficie de cristal la huella de los trazos que hacía sobre el vaho cuando era niña:


Conjuros.

Ideogramas en los que danzaban ángeles.

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